Se cree que el Bloqueo económico y comercial que Estados Unidos mantiene en contra de Cuba desde 1962, sólo afecta al pueblo cubano. Pero en buena medida, esta operación criminal es un balazo en el propio pie de Washington, con efectos indeseables en la economía, la cultura y el turismo estadounidense.
Primer ejemplo. A causa del Bloqueo codificado en la Ley Helms-Burton ―más la inclusión de Cuba como supuesto país patrocinador del terrorismo y la aplicación de las 247 medidas de asfixia económica aprobadas por Donald Trump―, personas de cualquier país no pueden entrar (y consumir productos, pagar hoteles, servicios, realizar compras, visitar amistades y familiares, en fin) en Estados Unidos, si antes visitaron La Habana.
Esta ridícula medida ya afectó a más de 300 mil personas de Europa que querían viajar a Estados Unidos, pero cometieron el “error” de haber visitado Cuba. Estamos hablando de gente en su gran mayoría blanca y económicamente suficiente; no de integrantes racializados de naciones de oriente o África, contra quienes la Oficina de Asuntos Consulares o la Oficina de Aduanas podrían aplicar el escáner racista. No, no. Se trata de un cúmulo de blanquitud europea, al cual Washington privó del privilegio de usar el visado electrónico expedito (ESTA, por sus siglas en inglés), según lo denunció el Ministerio de Asuntos Exteriores de Cuba en su informe sobre la resolución contra el Bloqueo a Cuba. Trescientas mil. Y siguen aumentando.
Esto no es un tema menor. Europa es el principal emisor de turistas a nivel mundial. En Estados Unidos, les gusta visitar ciudades como Nueva York, San Francisco y Orlando. Y, de acuerdo con Statista.com, se prevé que la derrama del turismo europeo sobre la economía estadounidense sea de 2.4 billones de dólares para el año 2028. Por eso, nadie en su sano juicio les pondría restricciones de visado. O sí.
Para decirlo pronto y claro: esta medida es una maniobra de Estados Unidos para imponerle a las personas del mundo los países que puede visitar y los que no, como si se tratara de un dictador. Y en cierto modo, actúa como tal, restringiendo de manera flagrante a la industria turística global y el libre mercado que tanto defiende la Casa Blanca. Y lo hace porque, de tal manera, quiere golpear a Cuba donde más le duele: el turismo, su principal actividad económica. Esto forma parte de la guerra financiera contra la isla. Y un ejemplo de cómo, esa guerra emprendida por EE.UU., afecta al resto de las naciones.
Estadounidenses no pueden hacer turismo, negocios o comprar medicamentos en Cuba
Segundo ejemplo: los capítulos III y IV de la Ley Helms-Burton permiten al gobierno de Estados Unidos acechar y castigar a los gobiernos del mundo y a las empresas extranjeras, incluidas estadounidenses, que intenten hacer negocios con Cuba.
Las consecuencias prácticas de estas medidas fueron visibles a mediados de octubre cuando la isla enfrentó una fuerte crisis energética que le obligó a suspender el suministro en todo el país y tardar casi una semana en reestablecerlo. Tal problema derivó de la salida de la línea de energía por una sobrecarga en la termoeléctrica Antonio Guiteras, a causa de intentar abarcar toda la demanda del territorio cubano, sin haber accedido por años a refacciones y con graves problemas de acceso a petróleo y combustibles necesarios para operar.
Y sí, la culpa es del Bloqueo. Basta mencionar que, en 2019, la Oficina de Control de Activos Financieros estadounidense sancionó a dos compañías, una griega y otra liberiana, más treinta y cuatro buques de la venezolana PDVSA, que intentaban entregar petróleo a Cuba; petróleo que le hubiera ayudado a salvar la crisis de octubre. ¿Cuántos millones de dólares pudieron haber ganado las petroleras del sur de Estados Unidos vendiéndole crudo a una nación que está apenas a 90 millas de distancia? Pero no fue posible, so pena de ser sancionadas por su propio gobierno.
Ya ni hablar de lo que afecta el Bloqueo al pueblo estadounidense de a pie. Este es el tercer ejemplo, pues Washington les prohíbe hacer turismo en Cuba y sólo la pueden visitar bajo doce condiciones, entre las que se encuentran, actividades académicas y “apoyo al pueblo cubano” o “humanitario”. Un eufemismo que más bien sirve a esbirros anti-cubanos para realizar activismo en contra del Gobierno local.
Al respecto, un caso sonado fue el de Alan Gross, contratista de la USAID, dependiente del Departamento de Estado, quien fue detenido y encarcelado en 2009 por andar instalando aparatos de telecomunicaciones ilegales por toda la isla. Abandonado por su agencia, no fue sino hasta el 2014 que fue liberado, gracias a los acercamientos diplomáticos entre Barack Obama y Raúl Castro. ¿No debería ser un derecho de cualquier estadounidense disfrutar de algunas de las mejores playas del mundo y de la cultura cubana? Desgraciadamente, eso sólo es posible en The Simpsons porque, en la realidad, el gobierno, su gobierno, se lo prohíbe.
¿Y si un estadounidense quiere comprar un medicamento cubano que le podría salvar la vida a su madre? Fácil: sería acusado de “traidor”. Así le ocurrió en el año 2013 al exrepresentante Joe García, quien quiso importar a Estados Unidos la famosa medicina de fabricación cubana para curar el pie diabético, Heberprot-B. Según sus palabras, las intenciones de llevar a EE.UU. esa cura eran para “ayudar a los americanos” en un país donde, en ese entonces, ocurrían 70 mil amputaciones por año a causa de la diabetes.
En ese sentido, García se sinceró: “Si mañana me dicen que la salud de mi madre depende de un medicamento cubano, yo no dudaría en buscarlo por cualquier medio, y las personas que dicen que se muera mi madre… Yo no ayudo a Cuba, creo que tienen un problema serio, pero esto ya es una cuestión humanitaria”. Aún así, los mafiosos de Miami lo censuraron y García nunca volvió a tener la misma influencia que entonces.
Levantar el bloqueo es la solución
Estos son sólo algunos ejemplos generales de cómo el bloqueo económico y comercial que Estados Unidos mantiene contra Cuba afecta también al pueblo estadounidense.
Sin embargo, en Miami y en Washington, hay quienes impulsan una especie de negacionismo del bloqueo. Por ejemplo, sobre la crisis energética que Cuba enfrentó en octubre, la vocera de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, dijo que Estados Unidos “no es el responsable” de lo sucedido, a pregunta expresa sobre el impacto de la Ley Helms-Burton en esa situación. Y agregó que aquello fue culpa de la “mala gestión de sus políticas y recursos” por parte del gobierno de la isla. Palabras osadas para una secretaria de prensa que nació en Martinica, uno de los residuos del colonialismo francés en pleno siglo XXI, e hija de padres haitianos, quienes abandonaron la isla producto de la violencia causada por la experimentación capitalista-militar de las potencias de occidente, incluida Estados Unidos.
Pero, si la Casa Blanca quiere convencer a alguien de que el Bloqueo no tiene la culpa del subdesarrollo en Cuba y de cómo también alcanza a frustrar la vida del pueblo estadounidense, deberá empezar por los 187 países que acaban de votar la resolución que exige a Estados Unidos acabar de una vez con esta medida inhumana.
En una carta dirigida a Joe Biden publicada en una plana del New York Times, la organización The People’s Forum, subraya que sí, los apagones generalizados sufridos en Cuba fueron “agravados por el bloqueo estadounidense de 60 años”. Por eso insta al presidente de Estados Unidos a recordar el “capítulo esperanzador” que abrió su último mentor, Barack Obama, en su acercamiento a La Habana, cosa que Donald Trump arruinó. Le pide solucionar eso; quitar a la isla de la infame “lista de países patrocinadores del terrorismo” lo cual podría ayudar a que el pueblo cubano reestablezca su red eléctrica y subsanar su déficit de alimentos y medicinas. “No es demasiado tarde para hacer lo correcto”, subraya.

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