ALBERTO BUITRE / EL COMUNISTA (JULIO 2013, AÑO 10, NÚM., 29).- Quienes somos comunistas sabemos muy bien la fórmula para derrotar al Estado burgués. Nuestra vocación política nos llama a seguir los pasos que construyen la Revolución Socialista en donde quiera que estemos, sea cual sea nuestra trinchera y condición. Deseamos por tal motivo que nuestros esfuerzos tuvieran más eco entre la clase trabajadora, el estudiantado; entre el pueblo. Y lo deseamos porque trabajamos con fundamento científico y la historia de la lucha de clases nos da la razón. Sin embargo, más allá de nuestro esfuerzo cotidiano, los frutos parecen tardar en aparecer porque nos enfrentamos a condiciones simplemente opuestas. Somos el lado contrario de todo lo ordenado por el capitalismo y desde arriba se dictan las reglas, incluso, de lo que debe ser la oposición al sistema.
En México hay varios ejemplos de esto. Desde el revisionismo antisoviético, trotskista y socialdemócrata, hasta el llamado nacionalismo-revolucionario tan citado entre la politología para definir la postura anti-neoliberal “a la mexicana”. Un cúmulo peligroso de Partidos y organizaciones que confunden la conciencia de clase del pueblo y distraen sus esperanzas en el activismo electoral.
Las pasadas elecciones del siete de julio que se desarrollaron en 14 Estados del país arrojan datos reveladores sobre la inutilidad de la democracia burguesa para el cambio social en México. Confirman, pues, que no hay salida electoral a la crisis. Sus participaciones estuvieron ridículamente por debajo del 30 por ciento en algunos casos, y en otros como en Baja California, la alternancia política se volvió un juego entre dos bandos amigos. Un circo donde se diluyen colores; tanto, que ya siquiera la prensa se esfuerza en definir a uno como derecha, izquierda o centro. Todos son lo mismo, incluido Morena que se abstuvo de participar electoralmente esta vez, pero sí lo hizo marcando el tono de sus preferencias.
Un dato revelador ocurrió en Xalapa, Veracruz. Un promedio de doce mil personas inscribieron el nombre de un gato, sí, un ‘Candigato’, para ser alcalde de esa ciudad. Una votación fenomenal que se pelea ni más ni menos que el cuarto puesto electoral con el PRD, el cual reclama una treta en la campaña del minino llamado Morris para apuntalar al PRI. Y aunque no existen pruebas que respalden que este fenómeno salió de una mediocre oficina de propaganda priísta, sí advierte que el pueblo lucha por encontrar armas que le ayuden a manifestar su desprecio hacia el sistema electoral burgués.
Queda claro que en ese cúmulo de votantes hastiados existe una oportunidad para el Partido Comunista. No porque el PC persiga una agenda electoral o pretenda tenerla – al menos no en este México de los monopolios, no en esta democracia burguesa-, sino porque, ¿quién sino los comunistas tenemos las armas para transformar el hartazgo en acción; el activismo chusco a la organización revolucionaria?
El abstencionismo por sí mismo no es una expresión política, por mucho que algunos de sus promotores así lo quieran creer. Las reglas del juego electoral están escritas para que la anulación del voto sea, aunque no se quiera, un voto contable a favor del ganador. El sistema así funciona. La democracia donde gana la mitad más uno, no importando los números ceros y lo que estos representen. Por eso, para que la anulación del sufragio funcione, hace falta convencer al proletariado de eso que los comunistas ya hacemos: construir una alternativa radical y opuesta a los dictados del capitalismo, incluidos los político-electorales. Hace falta que el pueblo sepa que anular el voto no es suficiente. Que las elecciones es apenas una cara del enemigo. Una cara horrenda, pero sólo una al fin, a la cual, no votando, sólo le damos la espalda. Que es al enemigo de cuerpo entero al que hay que combatir, con la cara al frente y el puño cerrado.
*Columna pubicada en el periódico El Comunista del mes de julio
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