EST 50, ahora lo sé


Pasaron cuatro años apenas salí de la Secundaria Técnica 50, y ya era reportero en un semanario estatal. En diez años de carrera, puedo asegurar que nunca leí o escuché noticia alguna sobre la que fue mi escuela, cuna de amigos, novias y golpes. Hasta este lunes 30. Revisaba mi twitter cuando, de la cuenta del Diario El Reloj leí: “Se registran actos de vandalismo en cerca de secundaria Técnica 50 en Tizayuca”. Supongo –y aquí lo triste del caso-, que no podía ser de otra forma. Pero, esperen un momento. ¿Leí “cerca” o “en cerca”?. De ser cerca, vaya, lo de siempre: asaltos con navajas a estudiantes y padres de familia, a obreros y amas de casa; secuestro de mascotas; carrilla extremo con mochilas cayendo a lo hondo del aledaño canal de aguas negras; borrachos meando los locales comerciales; autobuses atropellando cristianos; combis aventando pasajeros; peleas; alcoholismo ambulante y niños y niñas de 12 años saltándose la barda para irse de pinta y fumar y beber barato, sobrestimado cualquier ley mercantil restrictiva, en cualquiera de los dos turnos escolares. Cosa de todos los días, como desde hace 15 años. Lo viví y no me sorprende; acaso, suspiro, encojo los brazos y lanzo una breve plegaria por la miseria de mi amado barrio originario. ¿”Cerca” o “en cerca”? En cerca; es decir, sobre la armadura de fierro y cemento que circunvala la secundaria, sobre la cual, no me sorprendería tampoco, se hace, grafitea y comercia de todo. Como desde hace 15 años.

No fui de las primeras generaciones. Recuerdo, entonces, las historias de mis primos mayores, Juan y Alejandro, quienes sí vivieron los primeros años de la Técnica 50, junto a una pléyade de banda que hicieron de Tizayuca el municipio más volátil del Estado. Dicen que a mediados de los noventas, en todo el territorio llegaron a existir más de 30 pandillas. De esas, en mi colonia existían la mitad. Nos separaban nueve años y los ciclos parecían nunca acabar. Casi los mismos profesores, salvo aquellas no excepciones de quienes pasaron a ser maestros de Lógica tras haber sido intendentes, y luego prefectos, o al revés y, quién sabe, directores o dirigentes sindicales. Ahora sé que la vida es eso que sucede mientras te aguantas las ganas de carbonizar a cientos de vándalos adolescentes mientras haces base en el Sindicato para tener qué comer y creer que existe un futuro, al mismo tiempo. Creo, a la distancia, que fue el caso de varios de mis docentes. No me compadezco. Su lugar se lo merecían cada vez que daban clase ebrios o acosaban a las compañeras estudiantes, ahora lo sé, menores de 14 años de edad. Hijos de puta, la mayoría, debieron pisar la cárcel al menos una vez por estupro agravado. Más, en fin. La vida pone a cada cual en su lugar.

Mientras yo me escondo tras estas letras, ellos han de permanecer sumergidos en su mar de escritorios de triplay, mirando la vida como un montón de años que no pasan, mientras alguno como yo de aquellos años le raya el auto con plumón permanente, sin nada qué hacer, más que hacerse viejo. Así, creo que 15 años no son demasiados si de merecer se trata. Hablo por ellos. De mi secundaria, por mucha costumbre que parezca, no se merece ni se ha merecido tal suerte.

Conozco “historias de éxito”, que en su caso serían “historias que sobrevivieron” a la Técnica 50. Una veterinaria que estudia posgrado en Europa, una comandanta de policía, una exitosa editora de semanario, una destacada profesora de educación preescolar, un contador viajero, un buen mariachi, un puntual repartidor de gas, una modelo con licenciatura y muchos padres y madres amorosas. Puedo asegurar que cada uno de ellos y ellas atravesaron el clima de vandalismo de la de la secundaria y aún así, lograron una vida, más allá de sus cercas.

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