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Pasaron al menos diecinueve horas antes de que Jesús ‘N’ le avisara a alguien que, su pareja, Araceli Cuevas, estaba en estado crítico sobre la cama que hasta entonces compartían, desde hacía poco más de un año. No llamó al 911, tampoco a la Cruz Roja o algún servicio médico; tampoco buscó a alguno de sus familiares, aunque vivían a dos calles de distancia, en el mismo barrio de San Cayetano, en Pachuca. En cambio, optó por llamarle a quien fuera su cuñado, esposo de Petra Cuevas, hermana de quien luchaba por su vida sin que ninguno de sus seres amados lo supiera. Él, de inmediato da el aviso.

—Me acaba de hablar Jesús par decirme que tu hermana se puso mal —dijo el esposo de Petra, al teléfono, recogiendo la versión de la pareja de Araceli. Pero «se siente mal» no describía de ninguna manera la urgencia. Araceli no se sentía enferma: estaba muriendo. Eran alrededor de las dos de la tarde del 2 de marzo de 2023.

Petra, quien iba saliendo de su trabajo como terapeuta de lenguaje en el Centro de Rehabilitación Integral de Hidalgo (CRIH), una instancia dependiente del DIF estatal, desvió su camino para correr al domicilio de su hermana. Antes de llegar, se encontró con su otro hermano, José Luis Cuevas, y la madre de ambos. Y ya en la casa, encontraron a Araceli acostada sobre su cama, fría, con una respiración lenta y jadeante y emanando espuma y sangre de la boca.

—¡Mi hija se está muriendo! —advirtió la madre, ante los Petra y José Luis que no conseguían reaccionar, ante el rictus de su querida hermana.

Araceli tenía 39 años. Era alegre, bromista y la mayor de cuatro hermanos, por quienes siempre veía. Por eso la querían mucho, todos, también sus sobrinos con los que jugaba y convivía casi a diario. Vivía con hipotiroidismo, una condición hormonal que, sin embargo, a nadie que la padezca le impide vivir a plenitud. Laboraba como profesora de un kínder oficial en Zumpango, Estado de México. Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana para alistarse y salir a carretera a bordo de su auto, manejando desde Pachuca hasta allá, no sin antes pasar por una de sus compañeras. Esa mañana, temprano como siempre, su teléfono recibió un mensaje de su amiga: «Ya estoy aquí en la parada. Te espero». Pero lo que recibió a cambio fue un mensaje, del teléfono de Araceli, escrito por Jesús «N», diciéndole que ella se había «puesto mal». Eran alrededor de las siete de la mañana del 2 de marzo de 2023.

Pero al cabo de su agonía, cuando Petra le preguntó sobre lo que le había pasado a su hermana, Jesús «N» cambió la versión: «Es que ya no despertó», dijo. Intentaron conseguir una ambulancia, pero al no encontrar una disponible, decidieron llamar a un taxi y en éste trasladar a Araceli hasta el hospital del ISSSTE. Así lo hicieron. Fueron abordo Petra y Jesús «N». Entonces ella aprovechó para cuestionarlo:

—¿Por qué no nos avisaste? ¿Por qué no la trajiste al hospital? —le reclamó, aún sin saber que Araceli llevaba muchas horas en agonía; muchas más de las que Jesús «N» les había dicho. Pero ni ahí, él confesó la verdad. Tampoco le respondió sus preguntas. Él, calló.

En el ISSSTE no mejoraron las cosas. Los médicos que abordaron el cuerpo de Araceli, de inmediato adelantaron un diagnóstico:

—No trae signos vitales. Está muerta.

Sin embargo, la recibieron. Y pronto cambiaron su diagnóstico. Araceli de un momento pasó de «está muerta» a ser intubada; de un momento a otro, ser declarada sin «signos vitales» a ordenar su internamiento. Por supuesto, la familia albergó esperanzas, pero la actitud del personal médico del ISSSTE volvió a anudarles el ánimo: por una extraña razón, sólo permitieron el acceso con Araceli de Jesús «N» y sólo a él le brindaron información, a pesar de no ser su familiar, acaso, su pareja de apenas un año y meses. ¿Por qué no establecieron contacto con sus hermanos o con su madre?

Al ordenar su ingreso, Jesús «N» cambia otra vez la versión que le había dado a su familia y a la compañera de trabajo. Afirma que Araceli «estaba bien, pero se puso mal después de las once de la mañana». Los médicos anotan y continúan el ingreso. Y en el dintel del área médica, el hombre enfrenta a Petra y, sin dejarla pasar, le advierte:

—No le digas a tus papás —cerrando la puerta, dejando a la hermana de la víctima del otro lado, sin información y sin su hermana.

«Le pegaste, ¿no? ¿Por qué mi hermana se desmayó?»

Sobre el día en el que encontraron a su hermana agonizando, Petra Cuevas reflexiona con el reportero:

—A raíz de la discusión, no sabemos qué pasó, qué (Jesús «N») le hizo. Seguramente ella estuvo todo ese tiempo en esa situación vulnerable hasta el otro día, porque al decirme «pues ella ya no despertó», significa que pasó algo en la noche. ¿Por qué razón no despertó después de una discusión?

Aquí, Petra recuerda los momentos que Araceli pasaba con Jesús «N» frente a la familia:

—Siempre estaba muy nerviosa, muy ansiosa. Venía con él a la casa y tenía que estar ahí sentada al lado de él. Araceli no era así —recalca, para luego recordar a la hermana alegre y acomedida que tenía.

Pero la relación con Jesús «N» la había cambiado. Al respecto, recuerda la vez en la que Araceli llegó a casa de sus papás con unos ‘rayitos’ en el pelo, algo que sorprendió a su familia pues siempre había rechazado la idea de pintarse el cabello, incluso, negando la propuesta de una sus hermanas, que había estudiado estilismo. De tal modo, en su casa no dudaron en preguntarle qué le había hecho cambiar de opinión.

—Es que Jesús me pidió que me los pusiera —respondió Araceli, tajante y resignada, clavando una sospecha en Petra: —«Algo no está bien. Algo está pasando» —pensó.

Porque las discusiones se habían vuelto comunes. Y comunes también eran los moretones en los brazos de Araceli, tal cual lo declararían ante el Ministerio Público sus compañeras de trabajo, en las indagaciones por su muerte. Una de las razones de tales conflictos, era la persistente infidelidad de él. Como la vez en la cual, Araceli, limpiando la casa, descubre cabellos largos de color rojo. Recuerda Petra: él había estado metiendo a otra mujer a la casa.

—Me da la impresión de que él era menor que Araceli —comenta el reportero.

—No, son de la misma edad —responde Petra, siempre con voz pausada, firme pero sin altos tonos. Se le advierte un luto constante—. Se conocieron en la secundaria. De hecho, él ya tiene tres hijos.

Y recordando los signos de la violencia que enfrentaba su hermana, reconstruye un episodio previo al día en el cual murió. Fue el quince de septiembre de 2022, cuando alrededor de la una de la mañana, Petra recibió una llamada de Jesús «N».

—Tu hermana se desmayó —dijo al teléfono—, porque discutimos —y explicó sin urgencia.

Del otro lado, Petra apuró las palabras.

—Pues le pegaste, ¿no? —sospechó— ¿Qué le hiciste? ¿Por qué mi hermana se desmayó?

—No sé. Ya la estoy intentando despertar, pero no despierta.

(«No sé»…)

—¿Ya le hablaste a la ambulancia? —Petra desespera ante la indolencia.

—No… —dice él.

El marido de Petra va de prisa a la casa de Araceli. La encuentra tumbada en el sillón, inconsciente. De inmediato le habla a los paramédicos y éstos, al llegar, intentan reanimarla, pero Araceli no responde. De urgencia, se la llevan al ISSSTE, donde estuvo hospitalizada un par de días. Los médicos ofrecen el parte: descompensación y, al cabo, le dan de alta. Pero la familia se queda dudando. De hecho, los padres de Araceli, la llevan consigo, a su primer hogar. Ahí, Petra cuestiona a su hermana.

—¿Qué fue lo que pasó?

—No pasó nada —respondió Araceli, esquivando la pregunta— me descompensé. Eso dijeron en el ISSSTE, ¿no? Esa es la respuesta que estás buscando.

Al poco tiempo, Jesús «N» fue por Araceli a la casa de sus papás y se la llevó.

—Voy a estar bien, no te preocupes —le dijo a Petra.

Seis meses después, leyendo el expediente médico de su hermana, mientras ella luchaba por su vida, Petra descubre que en aquel septiembre, Araceli no sólo se había desmayado por una descompensación: había pasado veinte horas en coma. Y ni Jesús «N», ni los médicos, lo informaron a la familia.

«Algo no me cuadra»

Con esos antecedentes, Petra Cuevas solicita a los médicos del ISSSTE avisar al Ministerio Público para que investiguen los posibles actos de violencia que habían llevado a su hermana estar de nuevo en el hospital, agonizando. Pero el personal médico se negó.

—¿Cómo vamos a avisar si no trae signos de violencia? —dijeron. Y no conformes y sin molestarse a cuestionar porqué y cómo es que Araceli había vuelto en agonía al hospital medio año después, le otorgaron todo el crédito al hombre, refugiándolo en su versión: —Ya el esposo dijo qué pasó.

Sin embargo, Petra no estaba dispuesta a pasar por lo mismo.

—¡Te estoy diciendo que Araceli sufrió violencia! —reclamó al médico, cuyo nombre no ha sido posible determinar hasta el momento, debido a las rotaciones de turno—. La situación en la que está no por es por una causa natural.

Sólo un médico de piso, rompió con la negligencia de sus colegas. En conversación con José Luis, el hermano de Araceli, se animó a preguntar:

—Oye, ¿por qué está así tu hermana? —dijo, mientras revisaba los expedientes de Araceli. Luego, expuso sus dudas— No, es que a mí no me cuadra nada. No entiendo por qué está en esta situación si no tiene nada qué ver la enfermedad que ella padece con el estado en el que está.

El médico seguía revisando los documentos.

—No, no me queda claro. No me cuadra…

José Luis aprovechó la oportunidad para volver a preguntar, ahora a este médico, si sería posible dar aviso al ministerio público. Él no le vio problema.

—Nada más dame chace de que me llegue este último estudio y dependiendo el resultado, ya tomo la decisión de si sí, o no.

Sólo así, ocho días después, un par de funcionarios del Ministerio Público de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Hidalgo, un hombre y una mujer, acudieron al hospital. Y sí, llegaron; levantaron las sábanas donde yacía Araceli, tomaron notas y, sin más, se fueron.

—¿Les dijeron algo a ustedes? —pregunta el reportero.

—No, nada —responde Petra—. Los MP llegaron, medio revisaron, pero no cuestionaron a los médicos, no preguntaron nada. Vinieron, alzaron, revisaron y se fueron.

Sin esperar más, el cuatro de marzo de 2023, la familia decide levantar una denuncia en el Centro de Justicia para las Mujeres de Hidalgo. Y así lo hacen, sin imaginar que estaba por comenzar un calvario burocrático.

«No es necesario, nosotros nos comunicamos»

Ante la asesora legal del Centro de Justicia para las Mujeres, Ángeles Cuevas, hermana de Araceli, presenta sus intenciones de levantar una denuncia por violencia en contra de quien resulte responsable. Pero la respuesta de la funcionaria la sorprende: según ésta, no era posible levantar una acusación así, pues no existían «antecedentes» de violencia en contra de Araceli. ¿La razón? Ella, ahora sin vida, nunca acudió a denunciar a su agresor. Así, la carpeta quedó iniciada por delito de «omisión del auxilio». Pero cinco días después, la familia levanta una nueva carpeta de investigación; esta vez, por la muerte de la víctima de quien resulte responsable.

Así quedaron integradas las carpetas de investigación —las cuales, posteriormente, se integrarían en una sola—, en marzo de 2023. Desde entonces y hasta octubre, todo fue un «ir y venir», comenta Petra, sin que se definiera si el caso iba a ser investigado en el Centro de Justicia para las Mujeres o en la Procuraduría General de Justicia del Estado. Y no fue sino hasta ese mismo octubre de 2023, cuando el entonces encargado del despacho de la PGJEH, Santiago Nieto Castillo, acompañado de Lorena Cano García, directora de la Fiscalía de Delitos Sexuales y contra la Familia, se reúnen con la familia Cuevas, comprometiéndose, por fin, a: investigar con perspectiva de género, revisar exhaustivamente la carpeta levantada y aplicar el protocolo de investigación de feminicidio. Y como parte de esto, Nieto Castillo solicita que se reviste el teléfono celular de Araceli para la obtención de datos que pudieran ayudar a la investigación y mover ésta a la Fiscalía de Delitos de Género, Desaparición de Personas e Impacto Social. Parecía que las cosas, al fin podrían avanzar.

Sin embargo, las instrucciones de Nieto Castillo, parecieron no cumplirse. Nada pasó. O sí: un año entero y, entre éste, la renuncia en enero de 2024 del encargado de la Procuraduría a su cargo. La buena voluntad del funcionario se esfumaba en el tiempo y la inacción de su personal subordinado. Y no fue sino hasta el 16 de abril de 2024, cuando una vez más, la familia Cuevas se reunió con Lorena Cano García, ahora acompañada de Sandra López Rodríguez, fiscal. Con ellas, se reiteraron las solicitudes hechas en marzo de 2023: que el caso se investigue con perspectiva de género y mediante el Protocolo de Investigación al Feminicidio. Ahí, se acordaron dos cosas fundamentales: una, que el expediente médico enviado por el ISSSTE sobre la muerte de Araceli se enviaría a la Comisión de Arbitraje Médico del Estado de Hidalgo para la realización de un peritaje médico, el cual habría de determinar las causas de la muerte; y dos, la solicitud para el análisis del teléfono celular para aportar pruebas a la investigación, en la cual es protagónica la Unidad de Análisis y Contexto. Las funcionarias afirmaron: en un mes, o a más tardar dos, se tendrían avances de lo acordado.

Entre tanto, la familia Cuevas busca la ayuda de la presidenta del DIF Hidalgo, Edda Vite Ramos. Al final de un evento por el Día de las Madres dentro de las instalaciones del CRIH, Petra Cuevas aprovecha para abordar a la también esposa del gobernador Julio Menchaca. Ella escucha y le pide a Petra ingresar un oficio en sus oficinas. Así lo hace en el despacho de la presidencia del patronato, con fecha 19 de junio. Le reciben el documento y le aseguran que le darían seguimiento. Siete días después, el 26, Petra llama al DIF y pregunta por su caso. La atiende Alejandra Rodríguez, quien se presenta como secretaria de partes. Sobre su oficio, le responde: «no sabemos nada, pero seguramente se remitió a donde corresponde y de allá se comunicarán». Nunca lo hicieron.

Luego, el 19 de julio, acuden al despacho del gobernador del Estado, Julio Menchaca Salazar. Ahí les recibe una funcionaria que se identifica como Alondra Jazmín Rodríguez, del área de atención al pueblo. La familia Cuevas solicita una audiencia con el mandatario, pero le responden que «no es posible»; que el gobernador se encontraba en las «Rutas de la Transformación» y, por lo tanto, «no está dando audiencias». Sin embargo, les recibieron el oficio; que se solicitaría a la Procuraduría informar sobre el avance de la investigación; que no era necesario que regresaran; que «nosotros nos comunicamos». Pero nunca lo hicieron.

«A ti no te puedo dar información»

El 29 de agosto de 2024, en el Centro de Justicia para Mujeres, le informan a la familia Cuevas que, según el análisis de contexto, sí se exponen «ciertos elementos» donde se manifiestan actos de violencia contra Araceli, además de contradicciones en las declaraciones de Jesús «N». Por lo tanto, concluyen, es crucial contar con el peritaje médico y con la revisión del teléfono celular de la víctima.

Pero comenzó el 2025 y nada. Una reunión ocurrida el 3 de marzo de 2025 (prácticamente dos años después de la primera denuncia) con la fiscal Sandra López Rodríguez, se confirma que «no hay avances» en la investigación. Continúan esperando el peritaje médico y la revisión del celular, esto último, a cargo de Jaqueline Gálvez, funcionaria del Centro de Justicia para Mujeres.

¿Por qué no avanza la revisión del teléfono? Una visita de Petra Cuevas al Centro de Justicia, revela algo crucial. La abogada que lleva la investigación, le confiesa:

—(Jaqueline Gálvez) no ha hecho su chamba —exclama—. La encargada de enviar el oficio al juez federal y pedirle que autorice revisar el celular, no lo ha hecho.

Así lo corroboró Petra el 30 de junio de 2025 al acudir al Centro de Justicia para solicitar información sobre este requerimiento. Ahí, tuvo que cuestionar directamente a la policía de investigación del Centro, de nombre Mayte, y a la titular del área, Patricia Moya. Ellas respondieron que «no se sabe»; que ya se le dio «seguimiento»; que ya se «entregó», pero lo cierto es que, tal oficio, se quedó archivado en algún cajón del Centro de Justicia para Mujeres.

En tanto, Petra Cuevas enfrenta lo insólito. Durante una visita al Centro de Justicia para Mujeres, para solicitar avances en la extracción de información del teléfono celular de Araceli, una funcionaria le atajó:

—No te puedo dar información —le dijo una mujer, aún sin identificar.

—¿Cómo que no me puedes dar información? —contestó Petra, extrañada, luego de tanto tiempo sin avances reales— Yo vengo a checar la carpeta de mi hermana.

—No —dijo la funcionaria, para luego soltar sin rubor—: tiene que venir tu hermana.

—¡Cómo? ¿No sabes de qué te estoy hablando? —contestó Petra— ¿No tienes idea de qué contiene mi carpeta?

—No. A ti no te puedo dar información —dijo la otra, segura de sí.

Así, hasta el 10 de julio de 2025, cuando al fin la policía de investigación del Centro de Justicia para Mujeres, de nombre Mayte, presumió los resultados de la información extraída del celular de Araceli. Llama con entusiasmo a Petra:

—Mira, nos lo acaban de entregar. Si quieres chécalo para que veas que ya se hizo el análisis del a información.

Petra mira lo expuesto: El supuesto «avance» consistió en un par de capturas de pantalla de las carpetas que contenían el teléfono de la víctima, almacenadas en una memoria USB.

—¿Esto es el análisis de la información? —Petra no puede ocultar el enojo.

—¡Sí! —responde la funcionaria.

—¿Y donde están los mensajes? —increpa Petra Cuevas— ¿Donde descargaron los mensajes? Porque me interesa saber de las conversaciones para ver si hay cuestiones de violencia. Esto no sirve.

Pero la funcionaria, convencida de su logro, reclama a Petra:

—Ah pues si quieres eso, dime qué quieres, así específicamente para que yo busque.

Y sí, Petra Cuevas lo hace, con el afán de obtener justicia. Hacer lo que se deba hacer y si eso piden, que eso se haga. Así, ingresa las instrucciones dadas por las funcionarias. Al cabo, la hermana de Araceli vuelve al Centro de Justicia para verificar los resultados. Ahí, la licenciada Rosalba, a cargo del caso, le responde a Petra que «la chica no me ha enviado nada».

—Pues vele a preguntar a ver cómo va —ordena.

—¿Yo? —responde Petra, sorprendida.

—Sí, porque a mí no me ha mandado nada. Yo ya lo solicité pero ve a preguntar, ve a hacer presión.

—¿Y con quién voy?

—Ah pues con su jefa, la licenciada Patricia Moya.

Y ya con ella, Petra Cuevas vuelve a caminar el cadalso de la burocracia.

—Oiga licenciada —le dice Petra a Patricia Moya—, me dice la licenciada Rosalba que no le ha enviado su requerimiento. ¿Qué pasó?

Entonces, Moya, de inmediato llama a la policía de investigación:

—¿Qué pasó con esto? —le increpa— ¡Resuélvelo!

Pero la policía Mayte defiende su labor. Dice:

—No, ya lo entregué. Ya le mandé la información.

—Bueno —resuelve Petra a decir, con desconfianza—, le voy a decir que usted ya se la mandó. Porque me están diciendo allá que no tienen nada, que usted no ha mandado nada.

Petra vuelve con la licenciada Rosalba.

—¿Sabe qué? —le comenta Petra, sin cansarse aún —, Me dice pues que no…

—¡No! —responde la funcionaria, sólo para devolver la pelota— Dile que me mande foto del oficio.

Y sí, Petra regresa con la policía de investigación. Ya ahí.

—Que le mande foto del oficio que mandó.

Mayte comienza a buscar entre sus papeles revueltos en el escritorio. De repente, exclama «No, espérate ¡Aquí está!»

—¿Pues no que se lo habías enviado?

—No, es que me equivoqué. Pero ya lo voy a hacer esta semana; es que he tenido mucho trabajo y…

«La violencia de género mató a Araceli»

El 25 de febrero de 2025, el nuevo encargado de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Hidalgo, Francisco Fernández Hasbun, se comprometió ante el Observatorio de Género de la dependencia a darle seguimiento al caso de Araceli.

A la fecha, la familia Cuevas no cuenta con los resultados del peritaje médico, ni con un debido análisis del contenido del celular de la víctima. Sin embargo, al momento de publicar la presente historia, Jesús «N» se encuentra bajo custodia de la Procuraduría. Fue aprehendido el viernes 17 de octubre de 2025, a más de dos años y medio después de la muerte de Araceli.

Para la familia Cuevas, es claro: «la violencia de género mató a Araceli», declaran, y confiesan su dolor: «No ha sido fácil para quienes le hemos amado, el impacto a nivel emocional es incalculable para sus padres, sus hermanos, sus sobrinas, amistades, alumnos… es un dolor profundo, y se vuelve crónico y traumático por esta lucha constante en las Instituciones al enfrentarte con sistema procurador de justica deficiente en
todas sus formas»

«El feminicidio no es un crimen pasional, no es un hecho aislado, es la consecuencia directa de la negligencia institucional y de la impunidad estructural. Cada caso es recordatorio de que las instituciones encargadas de prevenir, atender y sancionar la violencia de genero no funciona».

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