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Las minificciones tienen la característica de decir más que un cuento corto, pero menos que una poesía. Es que este género requiere más prosa que el cuento, pero no lleva el canto del poema. Y mucho le costó ganarse un espacio propio dentro de la narrativa, sobre todo ante quienes lo confundían con microcuentos o cuentos en sí, reprochándole que no contaban con la propiedad de su estructura, por ejemplo, un principio o un final. Y esto es lo hermoso de las minificciones: decirlo todo, pero no decir mucho. Y dejar a quien las lee la responsabilidad de llenar los espacios vacíos.

A continuación presentó dos minificciones. La primera titulada El pasajero, se adscribe dentro de la minificción moderna, considerada así por basarse en temas ordinarios y que pueden presentar características más «estructuradas». La segunda, La misión, es una minificción de estilo posmoderno, caracterizada así por tratar de temas separados del realismo y presentar polos abstractos en su composición.

Ojalá sean de tu agrado.

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El pasajero


Cada tarde, como a las cinco, anunciaba la hora de partida. Su aullar era el lamento del hombre que debía alejarse de su amada. Pero el tlic-tlac de las ruedas de acero torturaban las vías como la melancolía el alma de Alejandro. Un beso. Dos besos. Tres besos. Y la culpa cede al deseo. Los vagones han pasado y el cabús despide la oportunidad de volver a casa. Un beso más. Un aullar más. A medio vestir, el hombre no ha opuesto resistencia al candor de la mujer que lo apresa entre caricias. El tren se fue. La moral ha perdido un pasajero. La vida ha ganado un amante.

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La misión

La nave se alejaba poco a poco, perdiéndose destellante entre el mar obscuro del universo. Observando cómo aquel punto de luz finalmente se desvanecía, la mujer preguntó a su compañero de misión:


―¿Cuándo volverán por nosotros?


―No lo sé, Eva. Un día. Algún día lo harán.

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